«El café es un producto muy complejo al que hemos tratado muy mal». Es una de las primeras cosas que me dice Jaime Duque al poco de encontrarlo en el peculiar espacio que ha levantado en Usaquén, el primer distrito de Bogotá. Y me lo explica sin preámbulos. “El mundo no ha tomado café; ha tomado una mezcla de cafés malos mezclados con algo de café bueno para igualar y dos o tres sobres de azúcar, sin olvidar la leche que añaden a buena parte de las preparaciones. Hasta ahora hemos mezclado cafés y ha llegado la hora de ofrecerlo como es para poder descubrirlo. Sólo en Colombia hay 560.000 posibilidades diferentes.
No está mal para empezar. Jaime Duque se muestra como lo que es: un personaje peculiar y sobre todo un fanático del café -esa parte me la deja bien clara: “el café es la vida, la vida mía”- que habita un mundo peculiar y sugestivo. Se llama Catación Pública y aparenta ser un café de barrio: local alargado, una barra con mostradores, expositores y cafeteras, tres mesas redondas con dos sillas metálicas y algunas pizarras cubriendo las paredes. Al fondo se entrevé una tostadora aislada por una pared de vidrio. La primera sorpresa es que en este negocio dedicado al café no se sirven cafés o al menos no se hace en la forma tradicional. Las cosas son bien distintas. Han dividido la barra en dos, una parte reservada para una cafetera tradicional dedicada a la preparación de expresos y la otra consagrada a las preparaciones de cafés filtrados (prensa francesa, chemex, aeropress, drip…). Los clientes también son diferentes . No vienen a tomar café sino a comprarlo para llevarlo a casa o a recibir cursos de formación. Sin más alternativas. Una de las pizarras lo explica en detalle: cuatro cursos de iniciación de 45’ cada uno (cata, filtrados, capuccinos…), tres avanzados de entre uno y tres días y otros cinco cursos profesionales que pueden llegar a los seis días. “Hacemos pedagogía al frente de una barra de café».